01 de Julio, 2022.
En estos últimos tiempos donde la ecología y la sostenibilidad en arquitectura se abre paso con fuerza y un anhelo de equilibrio con la naturaleza que nos rodea y cobija parece ganar adeptos día a día estaba leyendo un artículo sobre arquitectura sostenible y ecológica y no podía acallar un rumor interior, un “deja vu”, que me transportaba a un tiempo pasado. Me transportaba a mi niñez.
Tras el desconcierto inicial y al situarme en el entorno físico y temporal donde pasé épocas de infancia, una pequeña aldea gallega con un censo aproximado de unos 100 vecinos, unas 150 vacas, un número indeterminado de caballos, mulas, burros, ovejas, cabras, cerdos gallinas, perros… así como algún otro animal no doméstico que nos honraba con su compañía, aun-que no siempre bienqueridos como lobos, zorros, corzos, …
Puesto en contexto, mis recuerdos se agolpan y me sitúan en una forma de vida ajustada al entorno físico, al medio natural con sus ciclos climáticos y de luz que condicionaban la forma de vivir de sus habitantes. Se pactaba la convivencia con el entorno natural que proveía de recursos como materiales de construcción (piedra, madera, arcilla, paja, …), que proveía de alimentos (maíz, centeno, patatas, verduras, frutas, …), que proveía de otros productos para distintos usos (lino, hierba, paja, rafia, …).
La arquitectura era sobria y equilibrada con el medio, situación y soleamiento eran importantes, ventilación y orientación definían el diseño y la composición de huecos, situación de corredores, etc.
El combustible era preferentemente la leña (cocina, braseros), la madera se usaba estructuralmente en forjados y cubiertas, en confección de muebles, herramientas, etc. La envolvente de las edificaciones se realizaban con muros de carga de piedra de gran espesor (con una gran inercia) y se utilizaban aislantes a base de paja, hierba seca y barro. Como energía complementaria, además del aporte de la radiación solar en el calentamiento de la vivienda se utilizaba el calor que desprendían los animales que se situaban en las cuadras que estaban en la planta baja de las edificaciones.
El agua caliente (ACS) se obtenía de calderines de las cocinas económicas alimentadas con leña. La iluminación, hasta la aparición de la energía eléctrica, se basaba en velas o lámparas de aceito o carburo.
-El agua, elemento fundamental para la localización de los asentamientos, provenía de arroyos o manantiales, que hasta su posterior canalización implicaban el acarreo de la misma hasta las viviendas, la cual aparte de cubrir las necesidades domésticas de los habitantes era imprescindible para el riego de cultivos, el cual se hacía a través de unos ingeniosas obras de ingeniería a base de canales y exclusas cuyo uso era regulado y pactado entre los distintos usuarios del regadío.
No recuerdo ningún recipiente para recoger basura, todo se re-utilizaba, la madera tenia usos de construcción o de combustible, los arbustos y restos de cultivos (paja, tojos, retama, …) se utilizaban como “cama” o solado de las cuadras, que mezcladas con los excrementos de los animales producían abono para la tierra cultivable, el resto de desperdicio vegetal se compostaba y remezclaban con la tierra de cultivo.
No quiero idealizar un sistema de vida que mis mayores vivieron, pero no puedo evitar encontrar conceptos como: ecología, uso de materiales del entorno, consumo mínimo de energía en la construcción y uso de las viviendas, uso de recursos naturales equilibrado (agua, energía solar, ..), reciclaje, compostaje, respe-to al medio natural como proveedor de materiales, alimentos y recursos, emisiones contaminantes casi nulas, no agresión a la orografía natural del terreno, no uso de pesticidas, …
Pienso que lo que hoy preconizamos como una nueva tendencia a nivel de arquitectura de sostenibilidad y ecología ya estaba inventada y me pregunto:
“¿Dónde, porqué, cuando nos olvidamos y renegamos de ese conocimiento y experiencia que durante tantas generaciones se fue forjando en nuestra interacción con el medio ambiente y el ecosistema que nos acoge?”
Recuerdo a mi Abuelo José y a mi abuela Delfina y un modelo de vida al que hoy aspiramos, pero que durante décadas denos-tamos y del que “huimos” en busca de una “vida moderna” y su-puestamente mejor.
Entono el “mea culpa” ya que como arquitecto había soslayado muchos de estos conceptos hasta el punto de enterrarlos en mi subconsciente y al aspirar a una arquitectura mejor y a una tendencia arquitectónica “novedosa” me encuentro que mi aspiración es legítima pero la tendencia y aspiración no es novedosa, sino continuista de un conocimiento y experiencia ancestral.
Leo y releo las principios de la arquitectura sostenible y veo hasta que punto hemos renegado del orden natural y hemos instaurado un nuevo orden artificial, agresivo con el medio ambien-te y creando un ecosistema con un ingente consumo de energía, materiales y tecnología para dominar y someter al medio ambiente donde vivimos y nos desarrollamos.
Batallas hemos ganado en este proceso de domesticación del medio natural, pero la guerra la perderemos claramente. Calentamiento global, desastres naturales, deshielo de los casquetes polares, consumo imparable de energía contaminante, procesos de construcción insanos, contaminación de mares y acuíferos, deforestación, …. En resumen, desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza que nos alberga.
Reflexiono en voz alta:
“Abuelo, sabías cuando se cultivaba, cuando se recogía la cosecha, cuando cortar un árbol para obtener madera para tus construcciones, sabías montar a caballo, sabías distinguir los pájaros, sabías conservar los alimentos para las épocas de invierno….
Yo compro la comida en el “super”, compro materiales de construcción en un gran almacén de las procedencias más dispares y lejanas, conduzco un coche que usa combustible fósil y alta-mente contaminante, casi no distingo un pájaro de otro, mi casa consume más energía en un mes que la tuya en un año.”
Repito que sin caer en la afirmación de que todo tiempo pasado fue mejor o en consideraciones románticas de vidas idílicas en consonancia con la naturaleza resumo esta pequeña reflexión en el hecho de que tenemos tecnología, conocimientos, medios para recuperar el equilibrio con el medio natural que nos envuelve y cobija. Nos falta voluntad y tal vez visión de futuro.
Me gustaría que mis nietos algún día dijeran lo que tengo que decirte Abuelo:”¡Gracias por dejarme un mundo sano para vivir¡”.
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